ANEMIAS

Las anemias son un problema de salud muy común y son unas de las enfermedades que se diagnostican con mayor frecuencia en las consultas de atención primaria.

Según la OMS, existe anemia cuando la concentración de hemoglobina en sangre es inferior a 12 g/dl en mujeres y a 13 g/dl en hombres y, en contra de la creencia popular, no siempre se debe a una falta de hierro, aunque ésta sí sea la causa de la mayoría de las anemias. La hemoglobina es una proteína compleja que se localiza en el interior de los glóbulos rojos y cuya función es el transporte de oxígeno desde los pulmones a todas las células de nuestro organismo a través de la sangre. En muchos casos, la disminución de hemoglobina va acompañada de una disminución del número de glóbulos rojos, pero no necesariamente.

 

 

Y decimos “anemia”, pero en realidad existen decenas de tipos de anemias, que tienen en común que cursan con una disminución de los niveles de hemoglobina, pero que se distinguen según el factor que causa ese descenso.

La anemia más frecuente es la anemia ferropénica, es decir, por déficit de hierro. Uno de los componentes de la hemoglobina es hierro en forma iónica, un elemento que nuestro organismo no puede sintetizar y por lo que, si no se encuentra en cantidad suficiente en nuestro organismo, implicará una disminución en la formación de hemoglobina y la consecuente aparición de una anemia. El hierro está presente en multitud de alimentos, tanto de origen animal como vegetal (almejas, berberechos, chirlas, hígado, legumbres, carnes rojas, etc.), aunque el procedente de alimentos de origen animal se absorbe en mayor medida. Por lo tanto, si se sigue una dieta adecuada, tanto en variedad como en cantidad, es difícil que la causa del déficit de este elemento sea una baja ingesta del mismo. Habitualmente, al menos cuando no hay problemas de malnutrición, la falta de hierro suele deberse a un incremento en las pérdidas, causado por la menstruación o sangrados intestinales; a un incremento de las necesidades del mismo, como durante el embarazo; o a problemas previos que afectan a la absorción de nutrientes, entre ellos el hierro, como la enfermedad de Crohn o la celiaquía.

Pero decíamos que existen multitud de causas para que se desarrolle una anemia. El segundo tipo de anemia más frecuente son las denominadas anemias de las afecciones crónicas, que aparecen asociadas a ciertas enfermedades de larga duración como inflamaciones o infecciones crónicas e insuficiencia renal o cardiaca, entre otras.

Otras anemias, debidas a causas genéticas, son aquellas en las que la hemoglobina no puede formarse correctamente: sería el caso de las talasemias, frecuente en poblaciones mediterráneas, y de la anemia falciforme, que se da mayoritariamente en personas negras.

Las anemias hemolíticas son aquellas en las que los glóbulos rojos se destruyen con más facilidad debido a diferentes factores, como alteraciones estructurales de origen genético o por problemas autoinmunitarios, en los que el sistema inmunitario ataca a las células, en este caso a los glóbulos rojos, del propio organismo.

Finalmente, podemos hablar de otras anemias carenciales, al igual que la ferropénica, que en este caso se producen por un déficit en la ingesta o la absorción de dos vitaminas, la cobalamina (vitamina B12) y el ácido fólico (vitamina B9): son las anemias megaloblásticas.

¿Y cómo se puede prevenir la anemia? Tal y como hemos visto, las causas que producen esta enfermedad son muy variadas, por lo que en algunos casos no son evitables pero en otros, como el caso de las anemias carenciales (por déficit de hierro o de vitaminas B12 y B9), una alimentación equilibrada sería un buen punto de partida.

Cada tipo de anemia presenta un cuadro clínico particular, pero en general se produce palidez, cansancio y debilidad. Por ello, ante estas manifestaciones, se debe acudir al médico para que, mediante una analítica de sangre, confirme si hay anemia y, en ese caso, pedir estudios complementarios que indiquen cuál es la causa. Una vez realizado el diagnóstico, el médico prescribirá un tratamiento que ayudará al paciente a que su situación mejore.

 

Raquel Quejido Pozuelo

Licenciada en Biología

Docente del ciclo de Laboratorio Clínico y Biomédico en EFA Valdemilanos