MALDITO ALZHEIMER

“Querida hija,

He decidido escribirte esta carta por si mañana, cuando me despiertes como cada día desde hace varios años, no soy yo quien amanece, sino la persona extraña en la que esa maldita enfermedad me convierte.

Quiero darte las gracias por cada gesto, cada mirada y cada momento a mi lado. No sé qué hubiera hecho sin ti, sin tus notas esas amarillas pegadas en todos los rincones de cada habitación, sin tu infinita paciencia y tu simple presencia junto a mí. Ojalá el resto del mundo entendiese como tú lo haces que me olvido de las cosas sin querer, que realizo las mismas preguntas cada cinco minutos porque mientras me estás contestando ya no me acuerdo del principio de tu oración, que ni siquiera reconozco las caras de las personas a las que más amo en este mundo y,  principalmente, que yo no he elegido estar enferma.

Sólo decirte que te quiero infinitamente aunque cuando mañana amanezca me despierte enfadada sin saber quién me sonríe dándome los buenos días a la vez que me acaricia la cara.

Te quiere,
Mamá”.

Durante mis años como terapeuta escuché infinidad de relatos como el anterior. Efectivamente, ojalá todos entendiésemos que el Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa que se manifiesta como deterioro cognitivo y trastornos conductuales, que nadie elige estar enfermo y, mucho menos, borrar de su cabeza a seres queridos y toda una vida maravillosa.

El primer síntoma suele ser la pérdida de memoria y la repetición de preguntas y comentarios constantes. No son pesados ni se repiten continuamente porque quieran, sino porque no recuerdan ni una sola palabra emitida segundos antes o durante la conversación.

Aunque comienza lentamente, poco a poco afecta a las partes de cerebro que controlan el pensamiento, la memoria y el lenguaje. Dificulta la concentración y el pensamiento lógico, con la importancia que esos dos aspectos tienen en la vida de cualquier persona.

Por último, como no nombrar los cambios en la personalidad y en la conducta y, de hecho, para poder entenderlo mejor, os dejo una pequeña reflexión sobre cómo nos sentiríamos cada uno de nosotros si al amanecer por las mañanas nos encontrásemos con nuestras familias en casa o con los especialistas en un centro a los que desconocemos por completo, en lugares que aunque llevemos viviendo veinte años seguidos allí nuestra mente es incapaz de recordar, con personas a las que aburrimos, enfadamos o cansamos con nuestras preguntas continuas que no recordamos haberlas hecho diez veces anteriormente… Por eso y por mucho más se suelen aislar socialmente, tener cambios de humor, apatía, desorientación, desconfianza, depresión.

Recuerda siempre, nadie elige estar enfermo. No le trates como un niño, no lo es. Es una persona mayor con una enfermedad progresiva e irreversible en donde desgraciadamente no existe un tratamiento que lo cure o altere el proceso. Trátale con el mayor cariño posible, con el máximo respeto que se merece y con millones y millones de recetas de paciencia porque quién sabe si en uno de sus momentos de lucidez tú puedes estar a su lado para disfrutar de la increíble persona que siempre ha sido.

 

Kiki Sánchez Rufo

Maestra y psicopedagoga. Docente de EFA Valdemilanos, ciclo de Atención a Personas en Situación de Dependencia