EL JUEGO Y EL APRENDIZAJE

Estos últimos días, estamos aprendiendo, profesora y alumnos, sobre Ocio y Tiempo Libre en nuestra clase del ciclo de Atención a Personas en Situación de Dependencia en EFA Valdemilanos. He de confesar que nos lo hemos pasado fenomenal haciendo dinámicas. Los alumnos han sido muy proactivos creando los juegos y enseñándolos a los demás. Han estado tan activos en su aprendizaje, que no querían ni repasar la teoría, ya que estaban seguros de que se lo sabían. Esta experiencia me ha llevado a reflexionar sobre la relación entre el juego y el aprendizaje.

Hasta hace unos años, en las escuelas estaba totalmente separado el tiempo de juego con el tiempo de aprendizaje. De unos años a hoy, se han ido introduciendo juegos en la etapa de infantil y poco a poco van cobrando más importancia en las demás etapas educativas.

Pero ¿el juego es algo de niños? Sabemos, a veces desgraciadamente, que no. Hoy en día están en alza los juegos online, que producen una gran adicción. Si observamos este fenómeno de una manera positiva, nos daremos cuenta del poder del juego. ¿Pero por qué es tan poderoso? Porque toca el sistema límbico, es decir, el sistema de las emociones, y éstas son el mayor motor para estimular a la acción.

¿Y existe alguna relación entre el juego y el aprendizaje? Si nos fijamos en la infancia, ésta es la etapa en la que se aprende más y, ¿qué casualidad?, se juega más, por lo que podemos defender que existe una relación directamente proporcional entre capacidad de jugar y capacidad de aprendizaje. Y es que para aprender es necesario tener alma de niño. O al revés, cuando ya creemos saberlo todo, es cuando envejecemos, da igual a qué edad sea.

Si en la escuela nos atreviésemos a utilizar el juego de manera habitual, como la mejor manera para “aprehender” los objetivos y competencias, el aprendizaje de los alumnos sería mucho más eficaz. El problema surge porque un juego necesita una preparación para encajar los conceptos en un marco lúdico, siendo más rápido y fácil enseñar los contenidos leyéndolos o contándolos que “viviéndolos”. En resumen, supone menos esfuerzo para el profesor enseñar sin jugar. Sin embargo, en el caso del alumno, sucede lo contrario: le supone mucho menos esfuerzo aprender jugando.

¿Pero por qué se aprende mejor? En primer lugar, porque aprendemos lo que deseamos aprender, y de eso se encarga nuestro núcleo accumbens, centro de la recompensa y el placer. ¿Qué recompensa encontramos con el juego en las clases? No solo ganar, también: compartir un buen rato con los compañeros, las risas, la diversión, la conciencia de grupo, de ir todos a una como Fuenteovejuna. El juego estimula, activa, hace despertar del sopor en el que podemos entrar en una clase magistral. El juego desarrolla la empatía, las habilidades sociales, el aprendizaje de las normas de grupo. Estimula también factores cognitivos como la memoria, la atención y la creatividad. Y luego, cuando en casa repasemos lo aprendido, evocaremos esa situación positiva que nos sacará una sonrisa y que no nos costará recordar. ¿La letra con sangre entra? Entrará, pero yo opino, respaldada por la neurociencia, que con buen humor es más fácil y me inclino más por la canción de “con un poco de azúcar esa píldora que os dan, satisfechos tomaréis” de Mary Poppins. Así que os animo a todos, niños, jóvenes y no tan jóvenes, a jugar un poco más.

 

Sonia Almela Ortas

Psicóloga. Docente y orientadora de EFA Valdemilanos, ciclo de Atención a Personas en Situación de Dependencia.